Eran hermanos de leche. Habían nacido con poco tiempo de diferencia y crecido alimentándose del mismo pecho. El primero en ver la luz fue el valor y tras él llegó el miedo. Por sus venas no corría la misma sangre, pero ambos eran la cara y la cruz de la misma moneda y su vínculo era más fuerte que cualquier lazo carmesí.
De niños solían pasar días enteros jugando bajo el sol, que se filtraba a través de las ramas de los árboles que poblaban el bosque que les hacía de patio de juegos. El mayor era muy intrépido y siempre andaba infundiéndole el coraje que le faltaba al más pequeño.
Pronto a sus pueriles correrías se les sumaron otros dos como ellos, cortados con el mismo patrón: el amor y el odio. El valor se enamoró del amor, a sabiendas que este le hacía débil y vulnerable. El miedo, por su parte, hizo muy buenas migas con el odio, tras el cual siempre escondía su verdadero rostro.
Y pasó mucho tiempo… Y en el nombre del miedo, el odio se apoderó del corazón de los hombres, matándose entre ellos.
Y los demonios se asieron con más fuerza al miedo que les alimentaba, mordiendo la mano que les daba de comer; y el valor le tendió la suya.
Un día el miedo descubrió que tenía un gran poder sobre las personas y que estas, por miedo, acataban su voluntad. Encontró poderosos aliados en los demonios ajenos, los cuales se nutrían de él.
descagada de internet