02/11/2008 21:28:43
Dedicamos este domingo al recuerdo de nuestros seres queridos que han partido, y durante este mes llenaremos el campo santo de flores, lo visitaremos con más frecuencia, oiremos Eucaristía por ellos pero no podemos quedarnos sólo ahí.
Nos sentimos tan llenos de vida que no caemos en la cuenta de que todo lo humano está llamado a morir. Este sentimiento nos hace buscar la felicidad, el disfrute, atesoramos cosas materiales, avasallamos al prójimo, nos arreglamos el cuerpo: quitamos arruga, rellenamos de silicona, hilos de oro y así vamos cambiando nuestra fisiología, creyendo que le ganamos terreno a la muerte y prolongamos la vida. Craso error. La muerte sea hace presencia cuando menos lo esperamos.
Pero esta es una visión física de la muerte. Cuando la muerte la contemplamos desde la óptica de la fe, una fe sincera, real y vivida, todo lo anterior no nos preocupará, porque la muerte es un volver nuestros pasos a los orígenes, es recrearnos con nuestro Creador.
En muchos casos muerte y dolor van unidas, pero de ambos el cristiano saca lo positivo. Ante el dolor la cercanía de la familia es esencial, la ayuda de un personal cualificado y competente en cuanto a asistencia sanitaria dará confianza al enfermo, la fe le ayudará en este trayecto tan importante que está experimentando, tendrá momentos negativos, pero él siente que no es un estorbo, sabe que esta acompañado amorosamente en este trayecto.
El sentir cerca la muerte también produce dolor, tanto en el enfermo como en sus familiares, pero cuando creemos, cuando tenemos una fe viva y vivida, (insisto en este punto importante), cambia nuestra percepción de ella, porque sabemos que en ese misterio de la trascendencia esta el encuentro con nuestro Creador: “Quien cree en mí, no morirá”
Para el cristiano la muerte es solo un paso más, no el último, porque a partir de ahora la resurrección que viviremos con Cristo nos llevará a vencerla.
No temamos a la muerte porque ella nos lleva al camino de la Vida.