En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos.
El, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le dijo:
–Effetá (esto es, «ábrete»).
Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad.
Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían:
–Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos.
Palabra del Señor
San Marcos nos trae a una persona que vive totalmente aislada del mundo, es sorda y muda. Los conocidos de este hombre lo acercan a Jesús para que lo cure.
Jesús y el sordomudo se retiran a un lugar silencioso, le impone sus manos y pide al Padre para que este hombre se recupere y pueda integrarse.
Jesús no le abre los oídos, sino su corazón endurecido por tanto tiempo de soledad.
¿Cuántas personas vivimos hoy con el corazón endurecido? ¿Cerrados a la Palabra de Dios? Poniendo trabas a los demás, condenando y criticando; esto está muy lejos del Evangelio.
Los seguidores de Jesús deberíamos dejar que resuene en nosotros la palabra “Effetá” (ábrete) y abrir nuestra de mente, ser acogedores de la Palabra y dejar que está actúe en nosotros abriendo nuestro corazón a la compasión, a la misericordia y al amor. Sólo de esta forma podremos tener una sociedad más humana, más cercana y solidaria entre hermanos.
Buena semana a todos