En aquel tiempo, los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo», y decían: «No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?» Jesús tomó la palabra y les dijo: «No critiquéis. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: «Serán todos discípulos de Dios.» Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan de vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.» Palabra del Señor
El evangelio de hoy es continuación del domingo XVII.
San Juan nos presenta a Jesús como él único que puede mostrar el rostro de Dios, por lo tanto, para aprender como Él tenemos que seguirlo, sentirnos atraídos por su forma de actuar, de vivir, de amar.
La gente ve a Jesús como un buen hombre, un visionario, un revolucionario. Y nosotros ¿cómo lo vemos?.
Somos comunidad parroquial que vive y comparte la fe cada día, nos alimentamos de su Palabra, de su Cuerpo y Sangre en la Eucaristía, pero no somos capaces de transmitir lo que vivimos. Nuestras parroquias cada vez están más vacias, no tenemos el coraje de salir al mundo y compartir lo que vivimos como comunidad.
Si nos fijamos en las personas enamoradas por todas partes van dejando su estela de amor, de cercanía. Quieren que los demás vean su felicidad.
Eso es lo que quizás nos falte a nosotros el impetu de los enamorados, el saber transmitir lo que vivimos y compartimos en la Eucaristía.
El alimento que recibimos en la Eucaristía debe llevarnos a sentir alegría, energía y ganas de trabajar para que el Reino de Dios se haga presencia para todos.
De poco sirve nuestra formación semanal y nuestras Eucaristías si ante los problemas de la vida siempre buscamos culpar a Dios de todo lo que nos sucede.