En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acerco al primero y le dijo: «Hijo, ve hoy a trabajar en la viña.» Él le contestó: «No quiero.» Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: «Voy, señor.» Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?» Contestaron: «El primero.» Jesús les dijo: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis.»
Palabra del Señor
La parábola que hoy nos trae el evangelista nos habla de la hipocresía religiosa. Vamos cada día o cada domingo a la Eucaristía, escuchamos pero no ponemos en práctica las enseñanzas, y una vez que salimos somos los mismos, en nosotros no ha habido cambio.
La viña es el mundo, la realidad que tenemos cada día y a nosotros nos toca trabajar para cambiar esa realidad que para muchos es injusta e inhumana.
El ejemplo de los dos hijos nos está diciendo cómo tenemos que actuar. Muchas veces los que nos decimos cristianos, al final no salimos de nosotros, de nuestro entorno, nos limitamos a una práctica por tradición más que por fe. Nos falla la coherencia.
Cuando realmente estamos enamorados de Jesús, lo amamos y es el eje de nuestra vida, la entrega es total, salimos de nosotros para compartir nuestra experiencia de fe y trabajar por el reino de Dios.
Recuerdo un fandango que cuando yo era jovencita escuché. Decía así:
«Crucifijo, un crucifijo tenía una mujer de la vida
y cuando se desnudaba,
el Cristo se le volvía y ella de pena lloraba».
Tendríamos que cambiar la letra, porque Jesús nunca le daría la espalda, la acogería y apoyaría porque entiende el sufrimiento de esta mujer al igual que el de todas las personas marginadas por la sociedad y por la Iglesia: homosexuales, drogadictos y personas con enfermedades mentales.
Dejemos de ser hipócritas, seamos realmente Iglesia seguidora de Cristo Resucitado y trabajemos por el Reino de Dios, abriendo nuestros brazos y nuestra vida a quienes están alejados. Porque ellos, cuando se encuentran con É,l cambian radicalmente sus vidas, y dejan el sufrimiento para vivir la alegría del encuentro con el Maestro.