En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.» Palabra del Señor
El evangelio hoy nos invita a ser sal y luz. Sin sal la comida es sosa e insípida, sin luz no disfrutamos de la claridad del día. Para los cristiano la sal es la Palabra de Dios que sala y anima, y la luz alegra e ilumina nuestra vida.
Los creyentes somos invitados a ser sal y luz en un mundo que olvida ser chispa y salero. Un mundo que le da la espalda a la luz para recrearse en la oscuridad y la ceguera. Por ello, la Iglesia, los cristianos debemos ser personas abiertas, acogedoras, no pensar y mirarnos sólo a nosotros, sino salir al encuentro de los hermanos, en especial de los marginados y olvidados por una sociedad, que busca su propio bienestar.
Estamos inmersos en una crisis mundial. Los creyentes en Jesús tenemos el deber de compartir la alegría y la luz que cada día nos regala nuestra fe, no quedárnosla para nosotros porque de esa forma no ayudamos a que otras personas encuentren el salero y la Luz que es la Palabra de Dios, que sana y cura todas las heridas que el ser humano pueda tener.
Cada persona, joven o mayor, desde su posición en la sociedad: iglesia, gobernantes, trabajadores, amas de casas, etc, debemos hacer gestos que nos unan fraternalmente para que la sal y la luz cumplan su función.
Seamos transparencia y credibilidad del amor de Dios en el mundo.
¡Feliz semana que Dios nos bendiga y proteja!