– Un hombre edificó su casa y la embelleció con un jardín interior. En el centro plantó un roble. Y el roble creció lentamente…
Día a día echaba raíces y fortalecía su tallo, para convertirlo en tronco, capaz de resistir los vientos y las tormentas. Junto a la pared de su casa plantó una hiedra y la hiedra comenzó a levantarse velozmente. Todos los días extendía sus tentáculos llenos de ventosas, y se iba alzaaaando adherida a la pared. Al cabo de un tiempo la hiedra caminaba sobre los tejados, mientras, el roble crecía silenciosa y lentamente.
…
– «¿Cómo estás amigo roble?», preguntó una mañana la hiedra.
– «Bien, mi amiga» contestó el roble.
– «Eso dices porque nunca llegaste hasta esta altura»,- agregó la hiedra con mucha ironía-. «Desde aquí se ve todo taaaan distinto…! A veces me da pena verte siempre allá en el fondo del patio».
– «No te burles amiga», -respondió muy humilde el roble-. «Recuerda que lo importante no es crecer deprisa, sino con firmeza».
… Entonces la hiedra lanzó una carcajada burlona.
Y la naturaleza siguió su marcha.
El roble creció con su ritmo firme y lento.
Con el paso del tiempo, las paredes de la casa fueron envejeciendo.
Un día, una fuerte tormenta sacudió con un ciclón la casa y su jardín.
Fue una noche terrible. El roble se aferró con sus raíces para mantenerse erguido. La hiedra se aferró con sus ventosas al viejo muro para no ser derribada. La lucha fue dura y prolongada…
Al amanecer el dueño de la casa recorrió su jardín, y vio que la hiedra había sido desprendida de la pared y estaba enredada sobre sí misma, en el suelo, al pie del roble. El hombre arrancó la hiedra y la quemó.
Mientras tanto el roble reflexionaba:
«Es mejor crecer sobre raíces propias y crear un tronco fuerte, que ganar altura con rapidez, colgados de la seguridad de otros…»