Había una vez un rey que tenía una inmensa riqueza y poder, pero a la vez estaba triste y agobiado. Un día ofreció la mitad de su reino a quien ayudará a quitarle la tristeza y el agobio.
Todos sus consejeros pensando en el dinero decidieron buscar la cura para el sufrimiento del rey. Trajeron sabios de todos los lugares de la tierra, pero nadie logró curar al monarca.
Un día al atardecer apareció por el palacio un viejo sabio y les dijo: «si encontráis a un hombre en vuestro reino totalmente feliz, alguien siempre contento, alegre, que nada le falte y que esté contento con lo que tiene traedlo -dijo el viejo sabio, pedidle su camisa y la traéis a palacio. Esa noche el rey tiene que dormir vestido con la camisa, seguro que al día siguiente despertará totalmente curado.
Con toda diligencia los consejeros empezaron a buscar a este hombre feliz.
No era fácil, los ricos, estaban enfermos, los que gozaban de buena salud, eran pobres y otros se quejaban de su familia, de su trabajo y de todo en general.
Cuando ya iban a cesar en la búsqueda, encontraron a un campesino, sencillo, humilde, que vivía en la zona más díficil del reino, pero que era inmesamene feliz.
Informaron al rey, que rápidamente mandó a quitarle la camisa al campesino, a cambio le daría todo lo que pidiese y sino quería nada, se la quitarán por la fuerza.
El campesino dio su camisa para el rey.
El rey durmió con la camisa del campesino, pero no sanó, al revés, se agravó su tristeza y agobio, al darse cuenta de que el hombre más feliz de su reino, era tan pobre, tan pobre que ni siquiera tenía una camisa.
Adaptación del cuento de León Tolstoi