Una joven había tomado clases de ballet desde su infancia, y había llegado el momento en que se sentía lista para convertir su afición en su profesión. Soñaba con llegar a ser primera bailarina y quería comprobar si poseía las dotes necesarias, de manera que cuando llegó a su ciudad una gran compañía de ballet, fue a los camerinos y después de una función habló con el director.
-Quisiera llegar a ser una gran bailarina, le dijo, pero no sé si tengo el talento y valor que hacen falta.
-Hazme una demostración, le dijo el director.
Transcurridos apenas unos minutos, la interrumpió, moviendo la cabeza en señal de desaprobación.
-No, no tiene usted condiciones.
La joven llegó a su casa llorando y con el corazón desgarrado, arrojó las zapatillas de ballet en un armario y no volvió a ponérselas más, se casó, tuvo hijos y cuando se hicieron un poco mayores, encontró empleo de cajera en una gran superficie.
Años después asistió con su marido a una función de ballet, y a la salida se encontró con el director que ya era octogenario, ella le recordó la charla que habían tenido años antes, le mostró fotografías de sus hijos y le comentó que trabajaba de cajera; luego le preguntó:
-Hay algo que nunca he terminado de entender, ¿cómo pudo usted saber tan rápido que yo no tenía condiciones de bailarina?
-Bueno!!, la miré cuando usted bailó delante de mí, le dije lo que siempre le digo a todas…
-¡Pero eso es imperdonable! exclamó ella, ¡arruinó mi vida, pude haber llegado a ser una gran bailarina!
-No lo creo, repuso el viejo director. Si hubieras tenido las dotes necesarias, no habrías prestado ninguna atención a lo que yo dije.