Había un sabio que vivía retirado del mundo, viviendo sencillamente dedicando su a la meditación.
Su fama era tan grande que llegaba a todos sitios. Las personas no les importaba caminar kms y kms, subir enormes montañas, pasar por senderos peligrosos o atravesar ríos profundos.
El sabio se compadecía de todos y no dejaba de atenderlos, aunque siempre buscaba terminar para poder estar solo.
Un día llegó al lugar un grupo de personas deseosas de hablar con él para que les ayudará a encontrar solución a sus problemas.
Él accedió, per les dijo que cuando terminará con ellos, a todos los que encontréis le diréis que me marchado para poder seguir sólo dedicado a la meditación. Todos dijeron que sí.
-Bien, pues contadme vuestros problemas.
Comenzaron a hablar, pero se interrumpían unos a otros, porque todos querían solución antes de que se retirará. Aquello fue empeorando, las personas se pegaban, chillaban para ver quien era oído antes.
El sabio harto de la situación, gritó: -«Silencio» «Quédense callados»
Se hizo un silencio sepulcral, el sabio les dijo que escribiesen sus problemas y que él los leería.
Cuando todos habían terminado, el sabio paso un cesto para que echasen los papeles, cuando terminaron, él mismo removió los papeles y volvió a pasar diciéndole a cada uno que cogiese un papel del cesto.
-Ahora leedlo, y después devolvérselo a su dueño y cada un volverá a tener su problema.
Las personas allí congregadas, leyeron los problemas de los demás y vieron cada una de ellas que su problema comparado con el del vecino no tenia comparación.
El sabio les dijo: -ya habéis aprendido la lección, cuando os habéis puesto en el lugar del otro, habéis visto que vuestro problema es insignificante.
Todos abandonaron el lugar y le dijeron a los que encontraban en el camino que el sabio se había ido a otro lugar.
El sabio volvió a su practica meditativa.
Cuento Sufí