El abuelo se fue a vivir a casa de su hijo, veía poco, sus manos eran temblorosas y sus pies caminaban torpemente.
Sentado en la mesa junto a la familia, su comer era torpe, la familia decidió que comiese en un rincón, le dieron un plato y vaso de plástico para que no rompiese la vajilla.
Sentado en el rincón el abuelo comía cada día solo, mientras la familia disfrutaba de la mesa familiar.
Una tarde el padre observó como su hijo pequeño, cogía del mueble aparador un plato de plástico, un vaso y cubiertos.
¿Qué haces le preguntó?…
Lo estoy guardando para ponerlo en un rincón cuando tú seas anciano y comas como el abuelo.
El padre sintió como corrían las lágrimas por sus mejillas, habló con su esposa y desde ese momento el abuelo volvió a ocupar su lugar en la mesa familiar.
«Locus Serenitatis»