Un alpinista deseoso de conquistar una importante montaña, inició su escalada, después de muchos años de preparación. Él quería la fama para sí mismo, por ello decidió ir sólo.
Inició la escalada y conforme subía se le echo la noche, no buscó un lugar para acampar y llegó un momento en que su alrededor era oscuridad.
Siguió subiendo y se le fue haciendo tarde, no se preparó para acampar, sino que decidió seguir subiendo, y la oscuridad cayó sobre él.
Escalando a pocos metros de la cima resbaló y cayó por el aire. El alpinista seguía cayendo por la gravedad y solo podía ver oscuridad a su alrededor. En esos momentos de angustias paso por su mente todo lo bueno y malo de su vida. Sentía la cercanía de la muerte, pero en aquel momento notó el tirón que daba la soga que atada a la cintura lo sujetaban a las estacas clavadas en la pared de la montaña.
Suspendido en el aire gritó: ¡Dios mío ayúdame!
En aquel momento una voz le contestó desde el cielo:
¿Qué quieres que haga? -Sálvame Dios mío-
¿Crees realmente que te puedo salvar? –Claro que sí, Señor-
Entonces suelta la que cuerda que te sostiene.
Se hizo un profundo silencio; el hombre se agarró a la cuerda con más fuerza aún.
Por la mañana el equipo de rescate, encontraron al hombre colgado y congelado, agarrado con fuerza a la cuerda, estaba a escaso dos metros del suelo.