Acepta con gusto tus cualidades y tus limitaciones.
No te dejes llevar por el qué dirán ni por la moda. Unas pocas y sólidas convicciones han de ser el motor de tu vida.
Sé realista: no tengas miedo de la realidad y acéptala con serenidad.
Sé crítico, pero no agrio. La crítica sana y equilibrada ayuda a madurar. La acritud, en cambio, no es sino el fruto del resentimiento.
Respeta siempre a las personas y sus ideas, aunque no puedas compartirlas.
Valora y practica la sociabilidad: los otros son necesarios para que crezcas y madures.
Sé valiente para reconocer las cualidades de los otros y alegrarte por ellas: no son tus enemigos, sino los que te complementan.
Acepta con humildad que puedes fracasar, y cuando te llegue el fracaso, no te hundas.
Recuerda el humor: es una manera muy sana de relativizar las personas y las cosas.
Actúa siempre con libertad y responsabilidad. Saber combinarlas es la señal más clara de madurez.