Había una vez una caña de bambú, que estaba bien tiesa y flexible, en medio de sus hermanas cañas de bambú. Y vino Dios un día y le dijo:
“Te necesito” Y la caña dijo a Dios: “Aquí me tienes, Señor, ¿qué deseas de mí?”
Y Dios le dijo: “Para que puedas serme útil, voy a tener que quitarte las hojas y las ramas”.
Y el bambú se puso triste. Pero le dijo a Dios: “si sólo así puedo servirte, corta mis hojas y mis ramas. Aquí me tienes, Señor”.
Y Dios le quitó las hojas y las ramas a la caña de bambú. Y luego dijo Dios “Para que puedas servirme, voy a tener que cortarte”.
La caña de bambú se echó a temblar. Pero al final le dijo a Dios: “Aquí me tienes, Señor. Haz de mí lo que quieras”.
Y Dios cortó la caña de bambú. Después todavía añadió: “Mi querida caña. Aún así todavía no puedes servirme de nada.
Necesito vaciarte…”
La caña de bambú sintió cerca la muerte. Pero, a pesar de todo, se ofreció al Señor: “Aquí me tienes, Señor. Haz con mi vida lo que necesites”.
Y Dios vació la caña de bambú. La llevó a una acequia cercana y la colocó en la orilla, inclinada hacia una tierra que, un poco más allá,
se encontraba reseca y medio muerta.
El agua de la acequia se deslizó por la caña vacía y llegó hasta la tierra sedienta. La caña, que parecía seca y medio muerta al vaciarse,
lucía ahora, húmeda y brillante, reconfortada por el agua de la acequia y por el nuevo césped que empezaba a brotar en la tierra antes reseca y ahora viva.
Una bellisima historia, y una manera sencilla de trasmitir como servimos a Dios. Gran enseñansa que debemos reflexionar y pasarla a todos aquellos incredulos.
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