Un romancero cantaba: “a la puerta de una mansión tres cipreses la bienvenida daban a los que a ella llegaban.”
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Un día decidieron compartir sus sueños.
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“Me encantaría ser un joyero de madera, tallado a mano y lleno, llenito de joyas y piedras preciosas”, dijo el primer ciprés.
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“Yo quiero ser un barco grande que navegue los océanos y mares, recorreré el mundo y llevaré a los reyes y príncipes más importantes”, comentó el segundo.
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El tercero dijo: “Yo seré tan alto, tan alto que tocaré el cielo con mis ramas, hablaré y abrazaré a Dios. Seré inmortal y pasaré a la historia.
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A unos leñadores cierto día llamo el dueño. Quiero cortar los cipreses para vender sus maderas.
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Este es fuerte, si lo cortamos podrá vender su madera a un carpintero y obtener un buen dinero. Dijeron al ver el primero.
El árbol estaba feliz, feliz estaba el ciprés, sería joyero gracias al carpintero.
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Después observaron el segundo árbol. Este por su color y dureza podríamos cortarlo y venderlo al carpintero del puerto.
El árbol se puso contentísimo, contento estaba el ciprés, se vio surcando la mar.
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A l tercero llegaron por fin, asustado, asustadito estaba el buen ciprés. Si me cortan no realizaré mis sueño. Los leñadores dijeron merecer, merecer no merece la pena, pero a cortarlo vamos ya y acto seguido lo cortaron sin más.
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Vendieron la madera y al dueño dieron el dinero.
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Lloró y lloró, en lugar de ser joyero, en un cajón de comida se convirtió. Lleno de paja en un establo vivió. Pobre primer ciprés.
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Frustrado y triste estaba el segundo ciprés, su sueño a pique se fue, ya no podría cruzar océanos y mares, sólo un barquito de pesca se reflejaba en el agua.
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Olvidado en una bodega yace el tercer ciprés, tablas cubiertas de polvo. Pobrecito ciprés.
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Amigos, vengan y escuchen…
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Una mujer hebrea en un establo dio a luz y de cuna el cajón de paja utilizó.
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Al “Tesoro” más grande, sin saberlo dio cobijo el cajón .
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“Tormenta, quédate en calma” dijo uno de los hombres, mientras el grupo dormía en la barca. Y la mar en calma quedó.
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En su proa la barca al Hijo de Dios llevó.
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Las tablas de la bodega en una gran cruz se convirtió.
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A la historia pasaron, porque gracias a su fuerza y altura al Hijo de Dios sostuvieron.”
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Y aquí se acaba esta historia, que la cuenta el romancero con mucha solemnidad, para deleite de chicos y grandes.