“Cuando paséis por delante de una cárcel, derramad la bendición sobre sus habitantes, sobre su inocencia y libertad, sobre su bondad, sobre la pureza de su esencia, sobre su perdón incondicional. Porque sólo se puede ser prisionero de la imagen que uno tiene de sí mismo, y un hombre libre puede andar sin cadenas por el patio de una prisión, lo mismo que los ciudadanos de un país libre pueden ser reclusos. Cuando el miedo se acurruca en su pensamiento. Cuando paséis por delante de un hospital, bendecid a sus pacientes, derramad la bendición sobre la plenitud de su salud, porque incluso en su sufrimiento y en su enfermedad, esa plenitud esta aguardando simplemente a ser descubierta. Y cuando veáis a alguien que sufre y llora, que da muestras de sentirse destrozado por la vida, bendecidlo en su vitalidad y en su gozo: porque los sentidos sólo presentan el revés del esplendor y de la perfección últimas, que sólo el ojo interior puede percibir”.
“El arte de bendecir”