Los discípulos de Jesús recelaban de aquel que les ordenaba echar de nuevo las redes al mar. ¡Ya lo habían hecho! Y en el mar no había nada, las redes salían vacías, no había peces, no había nada… Pero no reconocían a su maestro. El desconocido insistía: ¡Echad las redes al mar! Y después de echarlas, las redes salieron repletas de peces. Sólo después de aquello lo reconocieron, como los discípulos de Emaús lo reconocieron al partir el pan.
Confianza. Fe. Son características que los cristianos debemos derrochar, no podemos dudar de todo y de todos. El cristianismo no es sólo un decir ¡Yo lo soy!, sino que es estar viviendo en comunidad la experiencia de nuestra fe y llevándola a los demás a través de nuestras acciones y palabras.
Debemos ser ejemplo vivo de ese “echar las redes”. En ese momento Jesús nos invita a ser testigos de la nueva palabra del amor, y allí donde estén los que se dicen discípulos suyos no se debe perder la fe, no se debe desfallecer. Se debe compartir el alimento del cuerpo y del espíritu, y se debe guardar su palabra.
Si somos capaces de afirmar: “Yo lo conozco. Es Jesús de Nazaret” y nos afirmamos como discípulos suyos, tenemos que aceptar que Dios ha llegado a nosotros y que cumplimos con sus mandamientos, que hacemos nuestra su Palabra y aceptamos vivir en plenitud todos sus mandatos que no son muchos pero sí difíciles de cumplir. Pero la muerte y resurrección, el sacrificio de su Hijo, requiere que aquellos por los que se sacrificó den esa respuesta de entrega a los demás para hacer que nuestro día a día sea como ese “echar las redes” y poder compartir con todos lo que con ellas recojamos.
¡FELIZ SEMANA DE FERIA!
Sofista